Elena Aldunate Bezanilla pertenece a la escasísima raza de narradoras fantásticas chilenas. Todas ellas precedidas por María Luisa Bombal, por cierto, genial autora con quien se le suele comparar, o en el mejor de los casos, afiliar, pues a ningún crítico escapa la absoluta minoría e indefensión que estas plumas representan frente al empenachado parnaso nacional. Hija del divulgador científico y Premio Nacional de Literatura, Arturo Aldunate Phillips, es una típica representante de la clase alta chilena que a mediados del siglo XX emerge como integrante de una generación literaria de recambio, junto a otras autoras, aún más reconocibles para los lectores; Elisa Serrano, María Elena Gertner, Teresa Hamel y Mercedes Valdivieso, todas ellas escritoras intimistas, sicológicas y denunciantes de la condición menoscabada de la mujer en nuestra sociedad.
Como apunte historiográfico, podemos declarar que Elena Aldunate no ha estado sola al momento de desarrollar su obra, pues otras pocas autoras la secundan en el desarrollo de la prosa fantástica y CF en nuestro país. Revisemos someramente algunos casos interesantes y otros francamente olvidables. El antecedente freak es Hominum Terra (1966) de María Donoso, una rarísima novela coral, con alienígenas, ángeles y terrícolas enrevesados en una trama abigarrada y algo torpe de ejecución. Una escritora destacada, en cambio, es Ilda Cadiz y sus relatos fantasmagóricos, apocalípticos y sombríos de La tierra dormida (1969). Otra autora digna de ser mencionada entre las representantes del género es Myriam Phillips, con sus colecciones de cuentos leves y finísimos: Designios (1974) y Pedro, maestro y aprendiz (1978). Finalmente, Raquel Jodorowsky, hermana del cineasta, psicomago y guionista de comics, ha publicado un libro inclasificable y desopilante, Cuentos para cerebros detenidos (1979). También podemos acotar que la Antología de cuentos chilenos de ciencia ficción y fantasía (1988) a cargo de Andrés Rojas-Murphy, aún con la notoria ausencia de Hugo Correa, se valida a sí misma al rescatar tres meritorias narradoras: Aldunate, Cádiz y Phillips, junto con los hombres de rigor. Cabe mencionar, sin caer en falsa modestia, que las autoras antes mencionadas, junto con otras jóvenes narradoras aún en formación, han sido descatalogadas del olvido por mi antología exhaustiva: Años luz. Mapa estelar de la Ciencia Ficción en Chile (2006). Los escasos, aunque siempre bien intencionados, críticos y comentaristas que dieron noticias sobre la obra de Elena Aldunate, coinciden en tres categorías generales:
1) Un estilo poético y lenguaje depurado:
Sus cuentos, publicados bajo el título de El señor de las mariposas (1967), escritos en una prosa pulcra, a veces poética, los revela a una escritora responsable, de sensibilidad alerta para captar aspectos de la vida en sus múltiples manifestaciones y, lo que es muy importante, con un claro sentido de las modernas técnicas literarias (Gonzalo Drago, mayo de 1968, diario El Comercio)
2) Su temática fantástica, anticipatoria e irreal:
El relato “Marea alta”, como otros incluidos en Angélica y el delfín (1976), posee singular belleza poética en el relato, fuerza de imaginación, tránsito misterioso entre la realidad, la ficción y la dulce locura. Nos extraña que ni el nombre ni la obra de Elena Aldunate circulen con más fuerza en el mundo literario chileno (Claudio Solar, junio de 1977, diario La Estrella de Valparaíso.
3) Su cosmovisión humanista y liberal:
El primer libro se titula Ur y Macarena (1984), y trata de una niña de trece años que, de pronto, entra en contacto con un ser nebuloso proveniente de otro planeta. Ur ayuda a la niña a comprenderse a sí misma, y esta comunicación secreta permanece hasta que la niña se convierte en mujer… Ur viene a corroborar esta necesidad de fantasía y afecto en una adolescente de hoy (Manuel Peña Muñoz, sobre esta serie infantil, en el sitio www.puerto-de-escape.cl, 2009)
Finalmente, quiero incluir las palabras generosas y leales de Roberto Pliscoff, investigador y coleccionista de CF en español, quien fuera socio fundador del Club de CF de Chile en los tempranos años setenta, junto con Hugo Correa, Andrés Rojas Murphy y Elena Aldunate. Este se refiere a un texto clave de la obra de nuestra autora reseñada, hablo del relato “Juana y la Cibernética”:
[…] donde el drama de la mujer solitaria y frustrada, un drama muy actual, muestra una fatal relación terminal. Escribe Elena: “Soltera, señorita, obrera… Sin pertenecer a nadie, sin destino ni destinatario. Señorita Juana, a secas”. Esta realidad sin cariño la lleva a la entrega plena con quien siente que es su única relación de afecto, la máquina con quien ella día a día realiza su monótono y enajenado trabajo. Creo que en este cuento se muestra, como casi ningún escritor chileno lo ha logrado, el drama de la soledad de la mujer y su dramática entrega en búsqueda por superarla, aunque sea con la inmolación (Pliscoff).