¿Sabía usted, lector del siglo XXI, que sí existe literatura de ciencia ficción en Chile? ¿Y aún más, que esta existe desde el siglo XIX? ¿Y sabía, también, que la ciencia ficción (CF) tiene al menos un centenar de títulos y autores valiosos en nuestras costas? Aventuro que la inmensa mayoría de nosotros ni siquiera ha hojeado estas sorprendentes novelas y relatos. Por ello, rescatar del olvido y la difamación a la autora de estos relatos, Elena Aldunate, es una deuda contraída con el lado oscuro de nuestra identidad. Pues, significa traer al presente este puñado de autores visionarios, hombres y mujeres que aportaron con sus informes desde universos paralelos: allí donde un mañana, posible de enmendar, aguarda por nosotros. Hoy sabemos que la literatura fantástica –y al interior de esta, la literatura de anticipación– es matriz de gran parte de la mejor literatura escrita en Chile; pero los críticos, de toda época, con su resignación ideológica tan cuerda, nos han hecho creer lo contrario. Y por ello, el realismo costumbrista, luego, el criollismo y, actualmente, un periodismo desechable socava la fantasía creadora, difundiendo vulgaridad y superficialidad entre los escasos lectores.
Piensen en una serie de autores ya canonizados, como Juan Emar, Pedro Prado, María Luisa Bombal, Carlos Droguett, José Donoso y Roberto Bolaño; ahora bien, piensen en sus obras más potentes: Umbral (1948), Alsino (1920), La última niebla (1935), Patas de perro (1965), El obsceno pájaro de la noche (1970) y 2666 (2005). Entonces, podrán estar de acuerdo conmigo que este tapiz de notables se sostiene con un “revés de la trama”, conformado por cientos de obras del género fantástico, incluidos aquellos que han ido más allá de las fronteras del tiempo y el espacio conocidos y aún carecen de suficiente difusión, ni mucho menos, reconocimiento. Esperamos que la labor de rescate que han hecho con esta publicación no se detenga ni pierda su rumbo.
Aquí debemos aclarar que llamar Ciencia Ficción a este tipo de literatura fantástica (principalmente, relatos de anticipación, basados en la extrapolación de los usos y abusos de la ciencia actual en sociedades imaginarias distantes) es una denominación cada vez más añeja, pero aún efectiva. Y aunque la mayoría de sus obras maestras trate de los peligros del futuro o suceda en parajes extraterrestres, no son necesariamente ni todas, ni las mejores de estas ficciones especulativas con base científica, divertimentos para adolescentes descerebrados. Sino por el contrario, representan gritos de alerta crítica con sus visionarias utopías. Mucho de ese equívoco es producto del cine norteamericano con sus guerras interplanetarias sin contexto y desastres medioambientales inverosímiles, que buscan encender en nosotros un morbo fácil y pasajero.
Por otra parte, está totalmente generalizada la idea –entre aquellos que, inclusive, dicen no importarles nada este tema– que la CF es un género literario que solo se ocupa del porvenir. Esto induce a error y a más de una incorrección; pues, primero, presupone que el tema de la CF solo sería imaginar posibles mañanas. Y luego, por la misma lógica consecuencia, esta condición de prospección futurista desconectaría a dicha literatura de nuestra realidad actual. Tales disquisiciones erradas, que someten a un sinfín de autores y temas –que llevan casi dos siglos de práctica escritural– a una convivencia forzada en tal territorio reiterativo, además de resultar pobres y mezquinas, nos alertan sobre la escasa información que se maneja (pues alguien así lo quiere) sobre el mundo moderno y su implicación (in)directa en la calidad de nuestra supervivencia. Así pues, toda literatura comporta una novedad, resuelve o trama un secreto y, por ello, contiene vida. Solo la CF, además, advierte aquello que las demás letras callan por obviedad o desconocimiento: el paso siguiente, ese que nos introduce de cabeza al misterio. Anunciando así, las ideas que harán posible nuestra existencia futura. Solo la CF –y tal vez, la poesía de vanguardia– se toma tantas libertades, ninguna otra escritura abunda tan prolijamente en lo imposible, lo inverosímil y lo improbable. Se cuece en su propia paradoja. Pues, precisamente, este desborde de otredad es el que resulta fatalmente ajeno a las vidas de tanto lector presente.
Aunque no puede hablarse de una época de oro de la CF en Chile, casi todos los entendidos coinciden en que el momento de mayor relevancia iría desde 1959 a 1979. Este año es signado como acta de nacimiento de la CF moderna chilena, ya que Hugo Correa publica su novela Los Altísimos (1959). Revisemos, pues, los principales nombres que acompañan a Hugo Correa (1931-2007) en este solitario viaje hacia los lectores futuros. Elena Aldunate (1935-2005) es la escritora filofeminista del género en nuestro país: Juana… y la cibernética (1963) y El señor de las mariposas (1967) reúnen historias sensuales y críticas de la modernidad. Pero sus relatos CF más bellos aparecen en Angélica y el delfín (1976).
También, debemos nombrar su novela hippie-futurista que ejemplifica su filosofía pacifista: Del cosmos las quieren vírgenes (1977). Y por último, esta tríada de adelantados se completa con Antoine Montagne (seudónimo de Antonio Montero), quien publica sus novelas: Los superhomos (1967) y Acá del tiempo (1969) sin recepción de crítica ni valoración alguna. No así en España, donde Domingo Santos y su respetada revista Nueva Dimensión lo saludan como digno continuador de Hugo Correa. Se despide del género con un perfecto libro de cuentos: No morir (1971). Para reaparecer fugazmente con su novela cuasi-póstuma: El cáliz, Thule y los dioses (2012).
De todos los infiernos posibles para ser habitados por un escritor de talento, pareciera ser que la CF en Chile es una variante etérea, pero no menos categórica. Piensen, elegir un género casi sin precursores, y aún más, con discípulos que le reconocerán tarde, mal o nunca, en un país tan poco dado a la diversidad, la tolerancia o siquiera, la curiosidad, sitúa a Hugo Correa y Elena Aldunate, hoy, tras su fallecimiento, como renegados de su propio futuro, viajando siempre, en una órbita de colisión con nuestra realidad más pedestre. He ahí su legado y su maldición, que hoy conjuramos con este necesario volumen de rescate historiográfico y literario, inédito en nuestro país.